Con las uñas rotas y la piel gris salí de la tierra dando manotazos, mis ojos no reconocían el cielo nublado, ni las nubes, ni las estrellas, ni la tierra; me descubrí no-muerta pero muerta con sed creciente y deseos inconfesables, sola en un mundo que no es mío y que podría ser mi reino…
La ropa carcomida por la humedad de la tierra el cuerpo intacto pero frío… ¡tanto frío!, tanto que sentí dolor en las venas y volví a meterme y a cerrar la tapa. MI ÚNICO REFUGIO, casa de inmortales diseminados en el subsuelo.
Soy la única – pensé- que tiene una cama de seda en el cofre más caro del cementerio.
¿Cuándo fue que estuve viva?
Volví a salir y me quité de encima los harapos, el pobre vigilante vio correr por el camposanto un cuerpo esbelto, completamente desnudo y gritó desesperado, intentando detenerme.
-Señorita –dijo- tome este abrigo que hace frío.
Tomé el abrigo viejo que me ofrecía y lo abracé tiernamente y me comí su vida.
Al fin supe quién era y salí al mundo: hambrienta, nueva, fuerte, no-muerta pero tampoco viva.