El sol se coló por la ventana hiriéndome en los ojos. Mi cuerpo desnudo bajo las sábanas de seda dorada comenzaba a despertar aún humedecido… Estiré mi brazo y con la punta de mis dedos me deslicé por ese valle suave y frondoso de mi amado, que yacía al lado mío tiernamente dormido como un niño. Le miré, y descubrí en sus labios la ternura y la inocencia que en horas anteriores, desaparecidas, me hicieron vibrar entre sus brazos. Le tomé la mano y besé con dulzura su palma abierta y relajada; un suspiro salió de entre sus labios y sus ojos, aún cubiertos por los párpados cerrados, se movieron suavemente. Besé sus labios y delinee con mi lengua el contorno de su boca. Se estremeció aún dormido como un ángel, y me sumergí en su boca, explorando…