El italiano de 36 años, cumplidos el pasado 16 de febrero, ha elevado la dimensión de su deporte a cotas desconocidas hasta su llegada y con la de 2015 son ya veinte temporadas las que lleva en la brecha, y las que nos quedan por disfrutar de él, porque aún tiene dos años de contrato más con Yamaha y no está decidido que sea el último. Su última renovación le define, y es que le pidió a la marca de los diapasones asegurarse en la negociación del año pasado un sillín oficial hasta 2016, el de la llegada de Michelin a MotoGP como proveedor único de neumáticos en sustitución de Bridgestone. Lo hizo con la esperanza de encontrar algo nuevo que le dé un plus que le permita alzarse con su décimo Mundial, su verdadero objetivo, y para ser protagonista de otro cambio técnico que quizá obligue a cambios en el estilo de pilotaje, y eso es algo que no le gustaría perderse por nada del mundo.
La ‘Rossimanía’ es una realidad que no conoce fronteras y cuya vigencia tiene aún más mérito al recordar que su último título data de 2009 y que, con o sin ese décimo título que aún persigue, sigue siendo el más grande para muchos. Ha demostrado que sabe ganar y también perder, que las 108 victorias que luce su palmarés no le parecen aún suficientes y que está dispuesto a seguir oponiendo resistencia a pilotos a los que saca catorce años de diferencia, caso de Márquez.