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26 nov 2009
Párrafo Perfecto
Vine al mundo un día de aquel verano llamado del fuego, porque los bosques agostados ardían solos. ¡Diabólico tributo a la descendiente directa de un cardenal!
«¡Grande hasta en sus pecados!», como diría en su momento la Católica Isabel.
Quizá por esta causa mi madre sufrió mucho en el trance, y a punto estuve yo de morir. Pero me encomendaron a Nuestra Señora del Puig y enseguida aquélla sin peligro estaba, y mi padre también muy alegre aunque yo fuese niña, pensando que a Nuestro Señor le placería darle después hijos varones, muchos y buenos. Sin embargo, mi madre
nunca volvería a parir.
ALMUDENA DE ARTEAGA
La Princesa de Ëboli
Párrafo Perfecto
No pude convertirme en nada: ni en bueno ni en malo, ni en un sinvergüenza ni en un
hombre honesto, ni en héroe ni en insecto. Y ahora estoy alargando mis días en mi
esquina, torturándome con el amargo e inútil consuelo de que un hombre inteligente
no puede convertirse seriamente en nada; de que tan sólo un idiota puede convertirse
en algo.
FIODOR DOSTOIEVSKI
Memorias del subsuelo
Párrafo Perfecto
A Diego Alatriste se lo llevaban los diablos. Había comedia nueva en el corral de la Cruz, y él estaba en la cuesta de la Vega, batiéndose con un fulano de quien desconocía hasta el nombre. Estrenaba Tirso, lo que era gran suceso en la Villa y Corte. Toda la ciudad llenaba el teatro o hacía cola en la calle, lista para acuchillarse por motivos razonables como un asiento o un lugar de pie para asistir a la representación, y no por un quítame allá esas pajas tras un tropiezo fortuito en una esquina, que tal era el caso: ritual de costumbre en aquel Madrid donde resultaba tan ordinario desenvainar como santiguarse. Pardiez que a ver si mira vuestra merced por dónde va. Miradlo vos, si no sois ciego. Pese a Dios. Pese a quien pese. Y aquel inoportuno voseo del otro -un caballero mozo, que se acaloraba fácil- haciendo inevitable el lance. Vuestra merced puede tratarme de vos e incluso tutearme muy a sus anchas, había dicho Alatriste pasándose dos dedos por el mostacho, en la cuesta de la Vega, que está a cuatro pasos. Con espada y daga, si es tan hidalgo de tener un rato. Por lo visto el otro lo tenía, y no estaba dispuesto a modificar el tratamiento. De manera que allí estaban, en las vistillas de la cuesta sobre el Manzanares, tras caminar uno junto al otro como dos camaradas, sin dirigirse la palabra ni para desnudar blancas y vizcaínas, que ahora tintineaban muy a lo vivo, cling, clang, reflejando el sol de la tarde.
Paró, con atención repentina y cierto esfuerzo, la primera estocada seria tras el tanteo. Estaba irritado, más consigo mismo que con su adversario. Irritado de la propia irritación. Eso era poco práctico en tales lances. La esgrima, cuando iban al parche de la caja la vida o la salud, requería frialdad de cabeza amén de buen pulso, porque de lo contrario uno se arriesgaba a que la irritación o cualquier otro talante escapase del cuerpo, junto al ánima, por algún ojal inesperado del jubón. Pero no podía evitarlo. Ya había salido con aquella negra disposición de ánimo de la taberna del Turco -la discusión con Caridad la Lebrijana apenas llegada ésta de misa, la loza rota, el portazo, el retraso con que se encaminaba al corral de comedias-, de modo que, al doblar la esquina de la calle del Arcabuz con la de Toledo, el malhumor que arrastraba convirtió el choque fortuito en un lance de espada, en vez de resolverlo con sentido común y verbos razonables. De cualquier modo, era tarde para volverse atrás. El otro se lo tomaba a pecho, aplicado a lo suyo, y no era malo. Ágil como un gamo y con mañas de soldado, creyó advertir en su manera de esgrimir: piernas abiertas, puño rápido con vueltas y revueltas. Acometía a herir a lo bravo, en golpes cortos, retirándose como para tajo o revés, buscando el momento de meter el pie izquierdo y trabar la espada enemiga por la guarnición con su daga de ganchos. El truco era viejo, aunque eficaz si quien lo ejecutaba tenía buen ojo y mejor mano; pero Alatriste era reñidor más viejo y acuchillado, de manera que se movía en semicírculo hacia la zurda del contrario, estorbándole la intención y fatigándolo. Aprovechaba para estudiarlo; en la veintena, buena traza, con aquel punto soldadesco que un ojo avisado advertía pese a las ropas de ciudad, botas bajas de ante, ropilla de paño fino, una capa parda que había dejado en el suelo junto al chapeo para que no embarazase. Buena crianza, quizás. Seguro, valiente, boca cerrada y nada fanfarrón, ciñéndose a lo suyo. El capitán ignoró una estocada falsa, describió otro cuarto de arco a la derecha y le puso el sol en los ojos al contrincante. Maldita fuera su propia estampa. A esas horas La huerta de Juan Fernández debía de estar ya en la primera jornada.
Resolvió acabar, sin que la prisa se le volviera en contra. Y tampoco era cosa de complicarse la vida matando a plena luz y en domingo. El adversario acometía para formar tajo, de manera que Alatriste, después de parar, aprovechó el movimiento para amagar de punta por arriba, metió pies saliéndose a la derecha, bajó la espada para protegerse el torso y le dio al otro, al pasar, una fea cuchillada con la daga en la cabeza. Poco ortodoxo y más bien sucio, habría opinado cualquier testigo; pero no había testigos, María de Castro estaría ya en el tablado, y hasta el corral de la Cruz quedaba un buen trecho. Todo eso excluía las lindezas. En cualquier caso, bastó. El contrincante se puso pálido y cayó de rodillas mientras la sangre le chorreaba por la sien, muy roja y viva. Había soltado la daga y se apoyaba en la espada curvada contra el suelo, empuñándola todavía. Alatriste envainó la suya, se acercó y acabó de desarmar al herido con un suave puntapié. Luego lo sostuvo para que no cayera, sacó un lienzo limpio de la manga de su jubón y le vendó lo mejor posible el refilón de la cabeza.
-¿Podrá vuestra merced valerse solo? -preguntó.
ARTURO PEREZ-REVERTE
El Caballero del Jubón Amarillo
Párrafo Perfecto
Si alguna vez te has encontrado al aire libre poco antes del alba, habrás observado que la hora más oscura de la noche es la que precede a la salida del sol. Las tinieblas se vuelven más oscuras y anónimas. Si nunca hubieras estado en el mundo ni sabido lo que era el día, jamás podrías imaginar cómo se disipa la oscuridad, cómo llega el misterio y el color del nuevo día. La luz es increíblemente generosa, pero a la vez dulce. Si observas cómo llega el alba, verás cómo la luz seduce a las tinieblas. Los dedos de luz aparecen en el horizonte; sutil, gradualmente, retiran el manto de oscuridad que cubre el mundo. Tienes frente a ti el misterio del amanecer, del nuevo día. Emerson dijo: «Los días son dioses, pero nadie lo sospecha.» Una de las tragedias de la cultura moderna es que hemos perdido el contacto con estos umbrales primitivos de la naturaleza. La urbanización de la vida moderna nos apartó de esta afinidad fecunda con nuestra madre Tierra. Forjados desde la tierra, somos almas con forma de arcilla. Debemos latir al unísono con nuestra voz interior de arcilla, nuestro anhelo. Pero esta voz se ha vuelto inaudible en el mundo moderno. Al carecer de conciencia de lo que hemos perdido, el dolor de nuestro exilio espiritual es más intenso por ser en gran medida incomprensible.
ANAM CARA
El Libro De La Sabiduría Celta
Párrafo Perfecto
"Nunca me había detenido a pensar en cómo iba a morir, aunque me habían sobrado los motivos en los últimos meses, pero no hubiera imaginado algo parecido a esta situación incluso de haberlo intentado. Con la respiración contenida, contemplé fijamente los ojos oscuros del cazador al otro lado de la gran habitación. Éste me devolvió la mirada complacido. Seguramente, morir en lugar de otra persona, alguien a quien se ama, era una buena forma de acabar. Incluso noble. Eso debería contar algo. Sabía que no afrontaría la muerte ahora de no haber ido a Forks, pero, aterrada como estaba, no me arrepentía de esta decisión. Cuando la vida te ofrece un sueño que supera con creces cualquiera de tus expectativas, no es razonable lamentarse de su conclusión. El cazador sonrió de forma amistosa cuando avanzó con aire despreocupado para matarme."
STEPHANIE MEYER
"CREPÚSCULO"
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