Cada palabra cae de mi cerebro a un abismo negro que, como camino incierto, las recibe marchitas y doradas en un otoño eterno.
El dolor me cruza a cada lado, latigazos de ausencia me muelen el espíritu… y sigo caminando en el abismo, deshojando palabras, versos, recitando rosarios, advirtiendo trémulamente el paso del tiempo y del silencio sin poder mover una sóla fibra de mi cuerpo que duerme, medita y se pierde en espacio astral.Mis palabras pierden el sonido, hablo con muertos míos y muertos desconocidos, me ofrecen regalos, tentaciones, luces de colores, perlas y guijarros, pero no me detengo, sigo. Busco un solo rostro en medio de este cielo (o de este infierno) y no logro encontrarlo ni nombrarle porque cuando intento decir su nombre mis palabras retornan al abismo como hojas marchitas y doradas en un otoño eterno.
Martes, 23 de agosto de 2005-.
Buenos Aires, Argentina.