Abrí la carta de Albertina. Decía así:
«Perdóname, querido amigo, que no me haya atrevido a decirte de viva voz las pocas
palabras que te voy a escribir; pero soy tan cobarde, he tenido siempre tanto miedo
delante de ti, que, por mucho que me esforcé, no tuve el valor de hacerlo. Lo que quería
decirte es esto: es imposible que sigamos viviendo juntos; tú mismo has visto por tu
algarada de la otra noche que algo había cambiado en nuestras relaciones. Lo que esa vez
pudo arreglarse resultaría irreparable dentro de unos días. Así que, ya que hemos tenido
la suerte de reconciliarnos, es mejor que nos separemos como buenos amigos; por eso,
querido, te mando estas letras, y te ruego que seas bueno y me perdones si te doy un poco
de pena, pensando en lo inmensa que será la mía. Grandote mío, no quiero llegar a ser tu
enemiga, bastante duro me será llegar a serte poco a poco, y bien pronto, indiferente. Así
que, como mi decisión es irrevocable, antes de mandarte esta carta por Francisca le habré
pedido mis baúles. Adiós. Te dejo lo mejor de mí misma.
Albertina»
En busca del tiempo perdido 6. La fugitiva
Marcel Proust