La noche había sido larga y el insomnio había ganado la batalla. En medio de la soledad de una casa gigantesca, la niña susurraba a los duendes y les preguntaba dónde estaba el sol porque la oscuridad la asustaba. Los duendes le dijeron que se asomara a la ventana , que mirara hacia el este, allá, donde una tenue luz rosada aparecía haciendo del horizonte una pintura extraordinaria.
La pequeña descorrió las cortinas de la ventana de su habitación azul, y se asomó al abrirla.
Allá en el horizonte lejano la luz rosada que el duende le había señalado estaba transformándose en miles de colores: azules, dorados, rosados, blancos.
La silueta del sol comenzaba a aparecerse como una bola de fuego incandescente luchando y luchando por subir al cielo azul.
Las seis de la mañana, y el alba como un milagro apareciendo por su ventana.
Ya más alto en el horizonte el sol la saludó y por fin, el insomnio que ella padecía desapareció...
La pequeña se durmió al alba ya acompañada por la luz del sol.
La pequeña descorrió las cortinas de la ventana de su habitación azul, y se asomó al abrirla.
Allá en el horizonte lejano la luz rosada que el duende le había señalado estaba transformándose en miles de colores: azules, dorados, rosados, blancos.
La silueta del sol comenzaba a aparecerse como una bola de fuego incandescente luchando y luchando por subir al cielo azul.
Las seis de la mañana, y el alba como un milagro apareciendo por su ventana.
Ya más alto en el horizonte el sol la saludó y por fin, el insomnio que ella padecía desapareció...
La pequeña se durmió al alba ya acompañada por la luz del sol.
© Verónica Curutchet