Mirar sin miedo el cielo ennegrecido,
pensar que quizá haya en el cielo alguien que me ama,
tener la esperanza de que Dios no esté enojado conmigo.
Levantar los ojos y más allá de las nubes
imaginar que hay ojos que me miran con amor.
Revelar mis secretos a la lluvia, abrirle mi
alma y que la limpie toda de tanto dolor,
de tantos sentimientos resentidos.
Rezar una plegaria con el alma,
con los ojos cerrados y húmedos,
con las manos juntas y pedir por mí,
por mis errores y mis horrores
el perdón que el mundo me niega.
En la caricia de la lluvia bajo el cielo encapotado
quizá sentir que no he perdido la batalla,
y que aún puedo redimirme.
Saber que aunque quise no fui buena,
que he sido ponzoñosamente mala,
y ahora, al fin de mi existencia me arrepiento...
y que tal vez no valga nada.
Debiera estar encarcelada
por haber herido a tanta gente,
por haber matado tantas almas,
por haberme burlado de la vida y de la muerte.
Pedir perdón tal vez no sea suficiente
y a las puertas de la muerte reconozco
que no tengo otro modo ni lo encuentro
para poder cruzar las puertas del cielo.
© VERONICA CURUTCHET
© VERONICA CURUTCHET