Como si fuera un presagio de alegrías hoy amanecí con el patio repleto de gorriones que cantaban. Ayer, también fue especial ya que hay un gorrioncito que entra a la casa, más precisamente al comedor. Los perros dormían, estos gigantes míos a los que adoro: Munie, Shimel, Pepa y Tito, y mientras ellos dormían desparramados en el comedor, mi mirada quedó embelesada por este pajarito que, cantando, pasó por entre los perros que dormían plácidamente hasta llegar al estante en donde habían quedado unas miguitas de galletitas y de pan que me había olvidado de limpiar. Allí le ví, comiendo y cantando, mientras los titanes caninos dormían arrullados por su canto.
Hoy el patio está lleno de gorriones que no paran de cantar. Mi padre decía que cuando un gorrión canta un ángel obtiene sus alas. Hoy creo que hay varios angelitos nuevos y que junto a los gorriones están aquí, cuidándome y sosteniéndome.
Hay pájaros hermosos, aves bellísimas, pero por alguna razón, quizá por obra de mi padre, amo a los gorriones y me siento siempre feliz al escucharlos cantar; les observo, y últimamente cada vez que ando, que voy o vengo, que recorro y camino las calles de Buenos Aires, cerca, siempre cerca, revoloteando sobre mí hay gorriones que me cantan.
No, no pienses mal, no estoy loca. Los gorriones me quieren, de eso estoy segura.
Wilhemina desde un Jardín Celestial