Sábado a la tarde en un pueblito perdido en el mapa. Nada para hacer, nada que ver de nuevo, nada de nada.
A las tres de la tarde el aburrimiento era total.
- ¿Y si vamos a caminar por el Prado? – preguntó Julio con algo de entusiasmo.
Todos se miraron y con una sonrisa Beatriz los animó a todos.
-Vamos!
El sol de otoño pegaba en la carretera. No hacía frío y estaba genial para caminar.
Nos fuimos. Haciendo bromas y chistes subidos de tono que yo no entendía porque tenía seis años, me llevaron porque no tenían más remedio que cargar conmigo, si no me hubieran dejado en casa y se hubieran ido solos a la caminata.
Dimos la vuelta por atrás del Hotel del Prado y llegamos a una casa que estaba abandonada. Y como no tuvieron mejor idea, entramos.
La casa estaba metida en el terreno, delante había un jardín con árboles todo descuidado; en la entrada que servía de entrada para autos había un montón de ramas secas y espinosas que impedían el paso, pero a nosotros no nos hizo mucho efecto porque a pesar de las espinas nos metimos en la casa.
- Esto es una porquería – dijo Graciela, haciendo una sobreactuación como era su costumbre -.El olor es repugnante, parece que esta casa fuera el baño público del pueblo.
- No seas tarada- le dijo Beatriz -, ¿qué esperabas, que hubiera un recibidor con un mayordomo esperando a que le des tu abrigo?
- Bueno, nena, no seas así, sabés que se me revuelve el estómago con estos olores. Además mirá, hay mierda por todos lados.
- Y sí – acotó Gustavo – imaginate que esto debe ser el refugio de los famosos caminantes con que nos asustan los viejos. Se deben de quedar acá a pasar la noche y es obvio que el baño no sirve, fijate. Está todo tapado de porquería – y se rió a carcajadas mientras que Graciela casi se desmaya de la impresión.
La verdad que la casa como construcción dejaba mucho que desear y además como casa abandonada también era un desilusión completa. Si de eso hasta yo, que tenía seis años, me había dado cuenta. Los seguí cuarto tras cuarto. La cocina era una pocilga, como el baño. Había una pieza grande que sería la sala de estar porque había una chimenea cayéndose a pedazos y aún con restos de leña quemada. Quien hubiera estado en esa casa por última vez haciendo un fuego se había hecho un verdadera fogata porque las paredes estaban todas tiznadas.
- Beatriz –dije tirándole del pantalón – me quiero ir.
- No te preocupes, es una casa abandonada, no hay nadie, no pasa nada.
- No. Me quiero ir. ¡Me quiero ir! – grité.
Julio se acercó y me dio la mano. No salimos de la casa, pero por lo menos no me dejaban rezagada. Me quedé con mi hermano durante todo el recorrido.
El hermano de Graciela se había escondido. Lo llamaron hasta que se les agotaron las fuerzas.
- Gustavo!
- ¡Gustavo! – todos al unísono.
- ¡Gustavo! – gritó Graciela con desesperación.
- Ah, no te preocupes que debe estar por hacernos una broma – dijo Julio contento, esperando que Gustavo hiciera algo espectacular como era su costumbre. Pero pasaban los minutos y Gustavo no aparecía.
- Vamos a separarnos – ordenó Ariel -, y busquemos en toda la casa a ver en dónde mierda está este pedazo de idiota.
- Bueno.
- Beatriz, buscá en la cocina y en el patio de atrás – daba instrucciones Ariel.
- Graciela vos buscá en las habitaciones de abajo.
- Julio, andá arriba, ahí todavía no fuimos así que es posible que esté escondido allá para asustarnos.
- ¿Pero qué hago con Vero?
Todos me miraron como si fuera una molestia.
- Bueno, que se quede acá – contestó Ariel.
- No, no la dejo sola, me la llevo al segundo piso conmigo; si pasa algo yo la cargo y listo, pero no la pienso dejar sola.
Y así comenzó la búsqueda. Todos separados, lejos uno de los otros y Gustavo que no aparecía por ningún lado.
Media hora después estaban todos reunidos delante de la chimenea. Sin haber tenido resultados comenzaron a desesperar. Yo no entendía mucho porque la verdad poco me interesaba dónde se habría metido el hermano de Graciela, en cambio me preocupaba que ya había empezado a oscurecer y estábamos lejos de casa. Me sentía segura con mi hermano, pero los demás no me daban confianza. Estaban asustados.
- Julio, ¿qué había arriba? – preguntaron todos.
- Nada - dijo - . Armarios y esas cosas, se ve que la gente que vivía acá se fue y dejó todo arriba. Están todos los muebles amontonados en las piezas de allá y hay otro baño más grande y sucio como este de acá abajo.
- Bueno, Gustavo no aparece, y mis padres nos van a matar a palos si se enteran que vinimos a este cuchitril.
- No jodas Graciela, seguro está escondido en algún armario de arriba. No se puede haber desaparecido así como así. Ya sabemos cómo es Gustavo. Le gustan las bromas pesadas,
- Sí, pero es raro, ya debería habernos dado un buen susto, pasó mucho rato. Algo pasó –decía pensativa Beatriz.
Beatriz, que había revisado el patio, le pareció extraño que hubiera un aljibe sin tapa, pero como le tenía miedo a los pozos no se asomó. Y le comentó a los demás lo del aljibe.
- Mejor vamos ahora que todavía tenemos luz y nos fijamos si este tonto no se ha caído al pozo – dijo Ariel.
Fuimos todos hasta el dichoso aljibe y Ariel y Julio se asomaron, pero el aljibe estaba seco y abajo aunque era profundo no había nadie. Sin saber qué hacer regresaron a la pieza de la chimenea.
- Yo no me voy de acá hasta que aparezca mi hermano.
- Graciela, Gustavo no está en ningún lado, mejor nos vamos, ya es casi de noche y está haciendo frío.
- Ariel, mis padres me van a matar!
- Mirá si nosotros estamos acá desesperados buscándolo y resulta que tu hermanito está tomando mate en tu casa con tu viejo – decía Julio tratando de animar a Graciela.
- No sé, no sé... Bueno, vamos, tal vez tenés razón y está en casa.
Salimos de allí caminando con el rabo entre las patas porque íbamos a tener que decirles a nuestros padres dónde habíamos estado; hacía horas que habíamos salido de paseo. Y seguro nos iban a poner en capilla ni bien supieran dónde nos habíamos ido de paseo. Bueno, las cosas ya estaban hechas, y solo esperábamos que Gustavo estuviera en la casa sano y salvo.
Caminamos la media hora de regreso en completo silencio. Primero pasamos por lo de Graciela y qué sorpresa tuvimos cuando vimos a Gustavo tomando mate con su padre en el patio de la casa.
Ariel le dio un tortazo de mentira en la cabeza y le dijo:
- ¿Qué ricos mates, no?
- Sí – dijo Gustavo muerto de risa.
Al fin, nos salvamos de tener que decir dónde habíamos ido y cada uno se fue a su casa tranquilo. Beatriz, Julio y yo fuimos a los saltos por la calle y Ariel se fue tranquilo, a paso lento bajos las luces de los faroles del pueblo. Tenía que caminar un buen trecho para llegar a su casa.
Cuando llegamos a casa mamá nos esperaba con la merienda: café con leche con tostadas , manteca y miel, y una torta de chocolate y vainilla que siempre hacía porque nos gustaba mucho.
Nos sentamos a merendar y Beatriz me hacía señas de que no contara nada. Me sentí feliz porque por primera vez me sentía parte del grupo y le hice un guiño torcido. Beatriz sonrió contentísima y Julio se reía abiertamente. Mamá le preguntó de qué se reía y Julio le dijo:
- De un buen chiste que nos contó el padre de Graciela - y mamá se fue contenta del comedor a ver la novela de la noche.
A fin de cuentas fue un buen sábado. Habíamos tenido una aventura, me sentía feliz. Y esperaba que el domingo fuera igual de bueno. Me fui a bañar a las ocho de la noche. Me metí en la bañera pensando en la casa abandonada y pensaba si se les habría ocurrido a los demás lo mismo que a mí:
- Había que regresar...
A las tres de la tarde el aburrimiento era total.
- ¿Y si vamos a caminar por el Prado? – preguntó Julio con algo de entusiasmo.
Todos se miraron y con una sonrisa Beatriz los animó a todos.
-Vamos!
El sol de otoño pegaba en la carretera. No hacía frío y estaba genial para caminar.
Nos fuimos. Haciendo bromas y chistes subidos de tono que yo no entendía porque tenía seis años, me llevaron porque no tenían más remedio que cargar conmigo, si no me hubieran dejado en casa y se hubieran ido solos a la caminata.
Dimos la vuelta por atrás del Hotel del Prado y llegamos a una casa que estaba abandonada. Y como no tuvieron mejor idea, entramos.
La casa estaba metida en el terreno, delante había un jardín con árboles todo descuidado; en la entrada que servía de entrada para autos había un montón de ramas secas y espinosas que impedían el paso, pero a nosotros no nos hizo mucho efecto porque a pesar de las espinas nos metimos en la casa.
- Esto es una porquería – dijo Graciela, haciendo una sobreactuación como era su costumbre -.El olor es repugnante, parece que esta casa fuera el baño público del pueblo.
- No seas tarada- le dijo Beatriz -, ¿qué esperabas, que hubiera un recibidor con un mayordomo esperando a que le des tu abrigo?
- Bueno, nena, no seas así, sabés que se me revuelve el estómago con estos olores. Además mirá, hay mierda por todos lados.
- Y sí – acotó Gustavo – imaginate que esto debe ser el refugio de los famosos caminantes con que nos asustan los viejos. Se deben de quedar acá a pasar la noche y es obvio que el baño no sirve, fijate. Está todo tapado de porquería – y se rió a carcajadas mientras que Graciela casi se desmaya de la impresión.
La verdad que la casa como construcción dejaba mucho que desear y además como casa abandonada también era un desilusión completa. Si de eso hasta yo, que tenía seis años, me había dado cuenta. Los seguí cuarto tras cuarto. La cocina era una pocilga, como el baño. Había una pieza grande que sería la sala de estar porque había una chimenea cayéndose a pedazos y aún con restos de leña quemada. Quien hubiera estado en esa casa por última vez haciendo un fuego se había hecho un verdadera fogata porque las paredes estaban todas tiznadas.
- Beatriz –dije tirándole del pantalón – me quiero ir.
- No te preocupes, es una casa abandonada, no hay nadie, no pasa nada.
- No. Me quiero ir. ¡Me quiero ir! – grité.
Julio se acercó y me dio la mano. No salimos de la casa, pero por lo menos no me dejaban rezagada. Me quedé con mi hermano durante todo el recorrido.
El hermano de Graciela se había escondido. Lo llamaron hasta que se les agotaron las fuerzas.
- Gustavo!
- ¡Gustavo! – todos al unísono.
- ¡Gustavo! – gritó Graciela con desesperación.
- Ah, no te preocupes que debe estar por hacernos una broma – dijo Julio contento, esperando que Gustavo hiciera algo espectacular como era su costumbre. Pero pasaban los minutos y Gustavo no aparecía.
- Vamos a separarnos – ordenó Ariel -, y busquemos en toda la casa a ver en dónde mierda está este pedazo de idiota.
- Bueno.
- Beatriz, buscá en la cocina y en el patio de atrás – daba instrucciones Ariel.
- Graciela vos buscá en las habitaciones de abajo.
- Julio, andá arriba, ahí todavía no fuimos así que es posible que esté escondido allá para asustarnos.
- ¿Pero qué hago con Vero?
Todos me miraron como si fuera una molestia.
- Bueno, que se quede acá – contestó Ariel.
- No, no la dejo sola, me la llevo al segundo piso conmigo; si pasa algo yo la cargo y listo, pero no la pienso dejar sola.
Y así comenzó la búsqueda. Todos separados, lejos uno de los otros y Gustavo que no aparecía por ningún lado.
Media hora después estaban todos reunidos delante de la chimenea. Sin haber tenido resultados comenzaron a desesperar. Yo no entendía mucho porque la verdad poco me interesaba dónde se habría metido el hermano de Graciela, en cambio me preocupaba que ya había empezado a oscurecer y estábamos lejos de casa. Me sentía segura con mi hermano, pero los demás no me daban confianza. Estaban asustados.
- Julio, ¿qué había arriba? – preguntaron todos.
- Nada - dijo - . Armarios y esas cosas, se ve que la gente que vivía acá se fue y dejó todo arriba. Están todos los muebles amontonados en las piezas de allá y hay otro baño más grande y sucio como este de acá abajo.
- Bueno, Gustavo no aparece, y mis padres nos van a matar a palos si se enteran que vinimos a este cuchitril.
- No jodas Graciela, seguro está escondido en algún armario de arriba. No se puede haber desaparecido así como así. Ya sabemos cómo es Gustavo. Le gustan las bromas pesadas,
- Sí, pero es raro, ya debería habernos dado un buen susto, pasó mucho rato. Algo pasó –decía pensativa Beatriz.
Beatriz, que había revisado el patio, le pareció extraño que hubiera un aljibe sin tapa, pero como le tenía miedo a los pozos no se asomó. Y le comentó a los demás lo del aljibe.
- Mejor vamos ahora que todavía tenemos luz y nos fijamos si este tonto no se ha caído al pozo – dijo Ariel.
Fuimos todos hasta el dichoso aljibe y Ariel y Julio se asomaron, pero el aljibe estaba seco y abajo aunque era profundo no había nadie. Sin saber qué hacer regresaron a la pieza de la chimenea.
- Yo no me voy de acá hasta que aparezca mi hermano.
- Graciela, Gustavo no está en ningún lado, mejor nos vamos, ya es casi de noche y está haciendo frío.
- Ariel, mis padres me van a matar!
- Mirá si nosotros estamos acá desesperados buscándolo y resulta que tu hermanito está tomando mate en tu casa con tu viejo – decía Julio tratando de animar a Graciela.
- No sé, no sé... Bueno, vamos, tal vez tenés razón y está en casa.
Salimos de allí caminando con el rabo entre las patas porque íbamos a tener que decirles a nuestros padres dónde habíamos estado; hacía horas que habíamos salido de paseo. Y seguro nos iban a poner en capilla ni bien supieran dónde nos habíamos ido de paseo. Bueno, las cosas ya estaban hechas, y solo esperábamos que Gustavo estuviera en la casa sano y salvo.
Caminamos la media hora de regreso en completo silencio. Primero pasamos por lo de Graciela y qué sorpresa tuvimos cuando vimos a Gustavo tomando mate con su padre en el patio de la casa.
Ariel le dio un tortazo de mentira en la cabeza y le dijo:
- ¿Qué ricos mates, no?
- Sí – dijo Gustavo muerto de risa.
Al fin, nos salvamos de tener que decir dónde habíamos ido y cada uno se fue a su casa tranquilo. Beatriz, Julio y yo fuimos a los saltos por la calle y Ariel se fue tranquilo, a paso lento bajos las luces de los faroles del pueblo. Tenía que caminar un buen trecho para llegar a su casa.
Cuando llegamos a casa mamá nos esperaba con la merienda: café con leche con tostadas , manteca y miel, y una torta de chocolate y vainilla que siempre hacía porque nos gustaba mucho.
Nos sentamos a merendar y Beatriz me hacía señas de que no contara nada. Me sentí feliz porque por primera vez me sentía parte del grupo y le hice un guiño torcido. Beatriz sonrió contentísima y Julio se reía abiertamente. Mamá le preguntó de qué se reía y Julio le dijo:
- De un buen chiste que nos contó el padre de Graciela - y mamá se fue contenta del comedor a ver la novela de la noche.
A fin de cuentas fue un buen sábado. Habíamos tenido una aventura, me sentía feliz. Y esperaba que el domingo fuera igual de bueno. Me fui a bañar a las ocho de la noche. Me metí en la bañera pensando en la casa abandonada y pensaba si se les habría ocurrido a los demás lo mismo que a mí:
- Había que regresar...
muchas gracias por tu visita y tus lindos comentarios, he visitado muchos de tus blogs, me gustaba sobre todo el de cartas de amor de locura y de muerte, las leí casi todas,
ResponderBorrarahora veo que los has unificado,
te dejo un beso inmenso y mi cariño
lágrimas de mar
gracias a vos Lágrimas de Mar, por pasar y dejarme tu mensaje.
ResponderBorrarDecidí unificar los blogs porque la verdad tenerlos separados da mucho trabajo y lleva muchísimo tiempo, tiempo que no tengo.
Espero regreses y aprovecho para felicitarte por tu blog.
Un abrazote!