En medio de la tormenta
los pinos bailan en el viento,
la lluvia rompe el silencio,
todo un arcoiris de grises en el cielo
rompiendo la dureza fría de los cristales.
La soledad golpea los pensamientos,
invade los resquicios de un corazón tierno
y esa imagen...
esa imagen difusa, profana...,
en medio del sol crepuscular bajo la lluvia.
No hay incertidumbre en este atardecer
la noche se avecina a grandes pasos,
me provoca dormir y soñar, y desear...
La tormenta no deja de cantar,
el viento ruge con fuerza,
sopla en mis ventanas, en mis puertas,
el agua repiquetea en el jardín.
Una cocina desolada y caliente,
el aroma del café se escurre en mis sentidos,
una eterna calma inevitable en el pasillo,
el cuadro de la abuela, el vino envejecido...
La lluvia no para, ni cesa mi deambular
en esta casa abandonada de espíritus,
con la suerte de saberse sola y erguida,
fuerte, receptiva, majestuosa, casi viva.
La noche se avecina a grandes pasos,
no hay incertidumbre en este atardecer,
el agua repiquetea en el jardín,
veo la vida pasar de un ser a otro.
El café en la mano, el vino en la copa,
el amor acompañado que regresa ahora,
el perfume de la piel renovada de deseos,
la soledad compartida que tanto quiero...
© Verónica Curutchet
los pinos bailan en el viento,
la lluvia rompe el silencio,
todo un arcoiris de grises en el cielo
rompiendo la dureza fría de los cristales.
La soledad golpea los pensamientos,
invade los resquicios de un corazón tierno
y esa imagen...
esa imagen difusa, profana...,
en medio del sol crepuscular bajo la lluvia.
No hay incertidumbre en este atardecer
la noche se avecina a grandes pasos,
me provoca dormir y soñar, y desear...
La tormenta no deja de cantar,
el viento ruge con fuerza,
sopla en mis ventanas, en mis puertas,
el agua repiquetea en el jardín.
Una cocina desolada y caliente,
el aroma del café se escurre en mis sentidos,
una eterna calma inevitable en el pasillo,
el cuadro de la abuela, el vino envejecido...
La lluvia no para, ni cesa mi deambular
en esta casa abandonada de espíritus,
con la suerte de saberse sola y erguida,
fuerte, receptiva, majestuosa, casi viva.
La noche se avecina a grandes pasos,
no hay incertidumbre en este atardecer,
el agua repiquetea en el jardín,
veo la vida pasar de un ser a otro.
El café en la mano, el vino en la copa,
el amor acompañado que regresa ahora,
el perfume de la piel renovada de deseos,
la soledad compartida que tanto quiero...
© Verónica Curutchet
Y que maravilla poder sentir el poder de la lluvia, estando en buena compañía; que preciosas letras, no tan solo a esas tormentas de agua, sino a todas las que nos recorren la mente y el corazón.
ResponderBorrarUn cordial saludo.