Hay dos tipos de personas: las que aman a los perros y las que no. Entiendo que estoy simplificando un poco, pero no mucho.Unos y otros pueden llegar a ponerse de acuerdo en muchos otros temas, pero en llegando a la cuestión canina, se abre un muro entre ambos grupos. O “eres de perros” o no.
Posicionado firmemente en lado de los canófilos, me resulta fácil entender una imagen como la de la foto. Con ninguna otra especie animal llegamos a desarrollar una relación emocional tan profunda; al menos no con tanta facilidad. Y no es extraño. Perros y humanos hemos evolucionado juntos. Un humano no es un animal completo si no va acompañado de su perro.
Al parecer, hubo una época dorada en las relaciones perro-hombre, según la hipótesis de una investigadora predoctoral de la Universidad de Durham, UK, llamada (apreciarán la ironía) Angela Perri. Debió suceder hace unos 10.000 años, al comienzo del Holoceno, el periodo cálido que sucedió a la última glaciación y en el que todavía seguimos. Evidentemente, el fin de la Edad del Hielo debió ponerlo todo patas arriba. Los humanos modernos nos habíamos adaptado a sus duras condiciones , pero el frío tenía sus ventajas. Grandes rebaños de hervíboros realizaban sus migraciones en fechas y lugares predecibles, facilitando las partidas de caza. Los mamuts se paseaban a su antojo por las praderas heladas… El calentamiento supondría una ventaja para los humanos a largo plazo, pero el cambio debió exigir grandes dosis de flexibilidad. Los bosques empezaron a sustituir a la tundra y los grandes rebaños desaparecieron. Sin duda, habría caza, pero más dispersa y difícil de localizar.
Justo en esa época, y en tres zonas concretas (el norte de Europa, el sur de Estados Unidos y Japón) es cuando se encuentra una mayor densidad de tumbas caninas. En efecto, nuestros antepasados se tomaban la molestia de dar una sepultura digna a sus perros, lo que nos indica sin lugar a dudas que éstos eran altamente apreciados. Buceando sistemáticamente en la literatura arqueológica, Perri ha identificado 263 casos en los que los enterramientos se realizaron con el propósito claro de depositar el cadáver del animal y no por algún motivo accesorio. Según la hipótesis de Perri, los perros debieron adquirir un estatus particularmente elevado como compañeros de caza en las (relativamente) nuevas áreas forestales. Y desde luego, esto resulta plausible, ya que el olfato del perro debía resultar más útil aun que en campo abierto.
Esta época dorada llegó a su fin con la aparición de la agricultura. Ciertamente, humanos y perros siguieron caminando juntos, pero su importancia, o al menos su valor sentimental, debió disminuir. En las culturas ganaderas o campesinas, los perros son apreciados como guardianes o pastores, pero casi nunca gozan del privilegio de ser enterrados.